Columna de opinión de Antonio Montero, Jefe de Carrera de Licenciatura en Astrofísica Campus San Joaquín.
Me preguntaba, recientemente, cuál es la ciencia más antigua de entre todas las disciplinas del pensamiento humano “¿Será quizás la ingeniería?”. No debió pasar demasiado tiempo hasta que los primeros homo habilis comenzaran a desarrollar herramientas que les facilitaran las precarias labores de supervivencia cotidiana. “¿Y la filosofía? ¿Cuándo comenzó la humanidad a preguntarse por su propia existencia?” Reconozco ahora que responder a esta compleja pregunta escapa a mis conocimientos en la materia. De lo que estoy seguro es que ninguna de las ciencias nos conecta tan directamente con nuestros orígenes más atávicos como la Astronomía. Observando el cielo estrellado desde Cerro Pachón, en una noche oscura en la región de Coquimbo, uno puede sentir la misma fascinación y curiosidad por el cosmos que sintieron nuestros ancestros hace varios millones de años.
La curiosidad, esa inagotable voluntad humana de saber, se manifestó, como tantas otras veces, en una niña nacida en Filadelfia (Estados Unidos), hace algo más de 90 años. Vera Florence Cooper Rubin (1928-2016), hija de inmigrantes judíos, rompería las cadenas impuestas por los estereotipos de la época para convertirse en una de las astrofísicas más importantes de la historia. En los años setenta, la profesora Rubin se embarcaría en un trabajo hercúleo de medida de curvas de rotación de galaxias. Gracias a esta investigación, descubriría que las estrellas en las regiones externas de las galaxias rotan demasiado rápido, si tenemos sólo en cuenta la materia que podemos observar. Sus incontestables resultados exigen la existencia de grandes cantidades de materia invisible en el interior de las galaxias, esa materia misteriosa que Fritz Zwicky, unas décadas atrás, había llamado dunkle materie (del alemán, materia oscura en castellano). Vera Rubin, que falleció hace apenas unos años, fue capaz de iluminar el cielo descubriendo lo invisible.
Volviendo a Cerro Pachón, al valle del Elqui, es precisamente ahí donde en la actualidad se construye el Vera C. Rubin Observatory (Observatorio Vera C. Rubin), que hospeda un telescopio de 8.4 metros de diámetro que realizará el censo de galaxias (y otros cuerpos celestes) más grande de la historia (¡rastreará todo el cielo del hemisferio sur cada 3 ó 4 días!). Tomando el testigo de la profesora Rubin, el experimento tratará, entre otras cosas, de descubrir la esquiva naturaleza de la materia oscura. Una materia invisible cuya existencia ella misma contribuyó, de manera determinante, a descubrir.
Aprovecho el Día Internacional de la Astronomía y el Mes de la Historia de la Mujer para rendir tributo, desde estas páginas, a tantas niñas en el mundo que, como Vera Rubin, sienten una inagotable curiosidad por el cosmos. A todas aquellas que mirando un cielo estrellado se preguntan por la inmensidad del Universo. Y a todas aquellas que alguna vez sintieron esa llamada y no tuvieron la oportunidad de perseguir sus sueños.