Columna de opinión por la profesora Claudia Grandón Farías, académica de la Especialidad de Prevención de Riesgos de la Sede Concepción.
La revolución industrial fue un periodo esperanzador desde el punto de vista productivo y económico, en que las personas estaban confiadas en tener más posibilidades de trabajo para mejorar su vida. Diversas fuentes de trabajo fueron apareciendo, y hombres, mujeres y niños tomaron esta posibilidad debido a la necesidad de satisfacer sus necesidades. Las condiciones laborales no eran las mejores, por lo que las mujeres comenzaron a luchar por derechos laborales y condiciones dignas en el trabajo. Valientes mujeres exigiendo sus derechos, dieron una lucha sostenida en el tiempo. Necesitaban su fuente de trabajo y ser tratadas de manera digna; no solo pensaban en ellas, pedían también que se prohibiera el trabajo infantil.
Muchas mujeres han dejado huella en la historia, en la ciencia. Hoy quiero contarles sobre dos de ellas:
Alice Hamilton, quién optó por estudiar medicina, una de las pocas carreras que permitían el acceso a mujeres, debido a la ayuda que se requería en tiempos de guerra. Continuó el camino de la investigación y realizó un postgrado en Estados Unidos. Desarrolló gran sentido social en su labor, por lo que comenzó a trabajar en investigaciones relacionadas con las enfermedades profesionales que se podían producir producto de exposición a distintos agentes químicos. Fue la primera mujer en ocupar el cargo de Profesor Asistente en el Departamento de Medicina Industrial en la Universidad de Harvard, aunque no podía participar de todas las actividades sociales asociadas a su cargo su aporte a la salud ocupacional fue genial.
Otra mujer destacable es Marie Curie, pionera en el campo de la radioactividad, primera persona y mujer en recibir dos Premios Nobel de distintas especialidades: Física y Química, y primera mujer también en ocupar el puesto de profesora en la Universidad de París. No debe haber sido fácil para ella abrirse camino, pero luchó, creó conocimiento -una de las armas más poderosas para combatir la desigualdad- y logró reconocimiento por el trabajo realizado. De seguro tuvo momentos complejos desde el punto de vista anímico, en un círculo machista, creado para que los hombres se desenvolvieran y las mujeres pensaran solo en formar y ocuparse de su familia; pero sus ansias de saber y conocer y, más aún, de compartir su conocimiento con los demás, fue mayor. Esto es muy importante para nosotros, especialmente en el área de la salud ocupacional. Es algo que debemos valorar y no olvidar.
Quizás hace unos 20 o 25 años, para la sociedad era extraño y hasta un poco mal visto que una mujer estudiara y se preparara para hacer gestión de riesgos en sectores como minería, forestal, pesquero, portuario, entre otros (“rubros para los hombres” decían), sin embargo, hoy estamos ahí. En cada sector hay una mujer, una prevencionista y, más aún, una sansana que nos representa y lucha a diario con este sistema, que aún es un tanto egoísta al invertir en la seguridad de las personas; lucha por tener una calidad de vida mejor, aportando en la gestión de la seguridad y salud de las personas.
Aún tenemos trabajos precarios, queda mucho por qué luchar, pero desde nuestro nicho aportemos con nuestro saber, entreguemos el conocimiento a los trabajadores para que sepan cuáles son sus derechos y obligaciones, y sepan bien los riesgos a los que se exponen, no solo accidentes sino también enfermedades. No olvidemos que son justamente éstas últimas las que tienen mayor presencia hoy en día y olvidamos que nos podemos enfermar, porque los síntomas demoran en aparecer. De ahí, la importancia de informar para que, con conocimiento, continuemos el camino de acortar la desigualdad y podamos aportar un granito en la lucha de trabajos dignos.