Columna de opinión del Dr. Patricio Catalán, académico del Departamento de Obras Civiles.
Las imágenes del oleaje ingresando en zonas que normalmente debieran estar secas en numerosas ciudades costeras de Chile durante estas últimas semanas, contradicen la idea de ese «mar tranquilo que te baña», al cual estamos acostumbrados, pero en rigor las marejadas fueron normales. Fueron olas, comunes y corrientes, pero más intensas.
Como todas las cosas en la naturaleza, a veces se manifiestan con más energía y otras con menos. Pero ahora que las olas causaron daño y destrucción en infraestructura y construcciones costeras, lo que nos llama poderosamente la atención.
¿Cómo se forman las olas? Se generan debido al viento que sopla sobre el océano, en nuestro caso el Pacífico. En verano, gran parte de nuestras olas han viajado desde Alaska y en invierno son principalmente del Pacífico sur. Las playas son el lugar donde la energía de las olas se pierde y casi desaparece, en una vorágine de espuma, ruido y un poquito de calor.
La playa se adapta a ese oleaje, a veces cediendo arena, a veces recuperándola, en un proceso que nunca para y, que día a día, nos muestra una playa distinta. A su vez, el oleaje responde a la forma de la playa, con olas que rompen más afuera o más adentro. A veces lo hacen en forma de espiral, para delicia de los surfistas, otras lo hacen gradualmente, para quienes nos divertimos “capeando” olas en verano.
La costa es muy cambiante. Cambia con los ciclos diarios del oleaje y las mareas, con los ciclos distintos entre invierno y verano, y el ciclo entre años de “El Niño” y “La Niña”. De manera especial, lo hace por el ciclo de los terremotos, que suben y bajan nuestro territorio. Lo hará también debido al cambio climático; todos ellos procesos naturales.
Pero como seres humanos también hemos inducido cambios. Queremos usar más nuestra costa y por lo tanto, construimos más ciudades y utilizamos cada día más nuestra zona costera. Esa presión antrópica se entremezcla, para bien y para mal, con los ciclos naturales.
Más ciudades pavimentadas cambian el flujo de sedimentos hacia las playas para que se recuperen. Embalses para el regadío reducen la capacidad de los ríos de transportar sedimentos. Las obras costeras cambiaron los patrones de transporte de sedimentos, lo que llevó por ejemplo, a la creación de los Ojos de Agua en Llolleo, que no existían previo al puerto de San Antonio. Y así suma y sigue.
Lo que es obvio entonces, es que lo anormal no fueron las marejadas, sino que hoy nos hemos expuesto más a un ambiente que es cambiante e ingenuamente queremos que no cambie. Por lo tanto, necesitamos un crecimiento sostenible y sustentable de la costa, hablar de zona costera y la necesidad de una nueva ley para su protección y conservación. Todo lo anterior quizá deba entrar en el diálogo constitucional.