Columna de opinión de Marcela Soto, académica del Departamento de Arquitectura USM.
Aunque a menudo hay diferencias entendibles a que le damos valor en nuestras vidas, hemos apostado por algunos cambios de rutinas que han implicado invertir en cómo nos alimentamos, la importancia en hacer deporte, la tecnología en nuestras casas para teletrabajar, entre otros miles de inversiones que se han vuelto tendencias cotidianas. Pero como arquitecta y profesora de estudiantes de arquitectura siempre nos preguntamos junto a los/as colegas por qué no se invierte con la misma convicción en el diseño. Un buen diseño industrial para nuestros muebles, un buen diseño gráfico para comunicar mejor nuestras ideas y sobre todo lo que a mi profesión compete un buen diseño en arquitectura para nuestros hogares, calles, plazas y ciudades.
Quizás como sociedad, no hemos entendido el valor del diseño en la arquitectura para mejorar nuestra calidad de vida, o nosotros los profesionales no lo hemos podido comunicar con más fuerza para que se haga tendencia en todas las esferas de la sociedad. Hemos naturalizado los lugares poco adecuados para habitare alegtoedes caminar como paraderos de micros sin asientos, veredas interrumpidas por kioscos, plazas tomadas por cafés, dormitorios donde no cabe una cama, oficinas sin ventilaciones, entre tantos otros. Quizás también hemos naturalizado la crisis permanente en la cual estamos inmersos, sin ser capaces de anticipar escenarios posibles con respuestas formales eficaces, algo que la arquitectura debe hacer.
Winston Churchill en uno de sus grandes discursos en la Casa de los Lores en 1943 dijo “We shape our buildindgs; thereafter they shape us”, damos forma a nuestros edificios; después ellos nos moldean. El buen diseño es capaz de cambiar positivamente dinámicas familiares en el espacio doméstico, potenciar lugares de buena convivencia, adelantarse a nuevas necesidades y dar forma a los distintos tipos de requerimientos que nuestra vida contemporánea impone al habitar. El buen diseño logra ver y mostrar un mundo que en ausencia del diseño es difícil imaginar.
En otra escala el buen diseño en lo público sean edificios, calles, plazas o parques deben ser esencialmente bondadosos con la diversidad de personas que existimos en lo público. Como dijo la ONU en el Congreso Hábitat del 2016, los espacios públicos deben ser articuladores de tejido urbanos, accesibles, verdes y esencialmente inclusivos. El valor del diseño es lograr esto con la diversidad de actores que están involucrados, plantear preguntas, construir debates, saber negociar y re-significar los espacios públicos planteados. El diseño es un acción, un proceso de diálogo donde el valor es esencialmente mejorar nuestro hábitat, medio ambiente y con ello nuestra calidad de vida. Si me preguntan si es necesario, debo decir que es fundamental.