El pasado 31 de julio a las 17:34 horas, a una profundidad aproximada de 17 kilómetros —justo bajo el yacimiento de El Teniente—, ocurrió un evento sísmilo local que derivó en un estallido de rocas, con consecuencias fatales: se cobró la vida de seis trabajadores y dejó a otros nueve heridos. Una situación lamentable que nos obliga a reflexionar, no solo desde lo humano, sino que también desde lo técnico.
En primer lugar, es importante entender que este tipo de eventos no responde a la lógica común de la actividad sísmica de nuestra zona central, donde la mayoría de los movimientos telúricos se originan en la costa, producto de la subducción de la placa de Nazca, la que se encuentra bajo la Sudamericana. Sin embargo, en este caso, hablamos de un sismo inusualmente cercano a la superficie y, lo que es aún más relevante, justo bajo el macizo rocoso intervenido por la actividad minera.
Las ondas sísmicas generadas por ese movimiento pudieron haber detonado una cuña o una falla en el interior del yacimiento, provocando un colapso localizado. El área de El Teniente está atravesada por diversas fallas geológicas, muchas de ellas mapeadas y estudiadas, pero no siempre completamente predecibles en cuanto a su comportamiento ante eventos externos como este.
Aún si la oficina de monitoreo sísmico de El Teniente —que opera con geófonos para registrar la acumulación de esfuerzos en el macizo rocoso— no contaba con alertas previas que hubieran permitido una evacuación preventiva, se sabe que existen protocolos estrictos en torno a la sismicidad y las condiciones subterráneas, pero aún no se ha hecho público si se cumplieron todos los estándares, si hubo señales previas o si simplemente fue un evento impredecible y repentino.
Es esperable que las investigaciones en curso lideradas por Codelco permitan esclarecer los hechos con rigurosidad técnica y transparencia, pero más allá de las causas inmediatas, este hecho debe abrir una conversación más profunda sobre cómo estamos integrando el monitoreo geotécnico y sísmico en nuestras operaciones mineras, especialmente en zonas con antecedentes estructurales complejos.
Es importante recordar que cada accidente en la minería es una pérdida irreparable, y nos recuerda que la seguridad debe ser siempre una prioridad, por sobre cualquier otro objetivo operacional.