Desde 2009, cada 6 de agosto, en Chile se celebra el Día Nacional de la Miel, una fecha que, más allá de su importante valor simbólico, nos invita a reflexionar sobre la relevancia ecológica, económica y alimentaria de este noble producto. La miel no es solo un edulcorante natural, ni un simple derivado de la apicultura: es el resultado complejo de una relación íntima entre las abejas, su entorno y los sistemas agrícolas con los que conviven. Como tal, también es un testigo silencioso de las transformaciones y amenazas que enfrentan los ecosistemas productivos.
Algunos de los profesionales que trabajan en el desarrollo e investigación científica de las áreas de química ambiental aplicada a productos apícolas han sido testigos de una realidad preocupante: nuestra miel, junto con el polen y la cera, está expuesta a una creciente contaminación por agroquímicos, sustancias utilizadas en la agricultura intensiva se acumulan en estos productos, alterando no solo su composición química, sino también su calidad nutricional, inocuidad y, por cierto, su valor como alimento funcional.
La apicultura chilena, que goza de reconocimiento internacional por la pureza y calidad de sus mieles —especialmente las monoflorales de Ulmo y Quillay— enfrenta hoy una amenaza silenciosa derivada del uso masivo e indiscriminado de productos fitosanitarios. A diferencia de otros alimentos, la miel no se lava, no se cocina, no se somete a ningún proceso que elimine contaminantes externos: va directa del panal a la mesa. Esto convierte a las abejas en centinelas ambientales y a la miel en un biomarcador natural de lo que ocurre en nuestros paisajes agrícolas.
En este contexto, se han desarrollado líneas de investigación centradas en la cera de abejas, un producto esencial para el funcionamiento de las colmenas, pero también altamente vulnerable a la acumulación de contaminantes persistentes. A través de diversas tesis y colaboraciones interdisciplinares, en la Universidad Técnica Federico Santa María, por ejemplo, se logró diseñar y escalar el prototipo Cleanwax, un equipo de purificación capaz de remover impurezas y residuos químicos de la cera sin alterar sus propiedades físico-químicas fundamentales. Esta innovación no solo contribuye a mejorar la calidad sanitaria de los productos apícolas, sino que también promueve prácticas de manejo más sostenibles y seguras para las abejas. Pero, al igual que cualquier avance científico y tecnológico, es necesario que haya políticas públicas que resguarden y protejan los productos naturales.
En este sentido, es importante destacar los avances de la Ley N°21.489 del año 2022, promulgada para promover, proteger y fomentar la actividad apícola en Chile, incluyendo la regulación de productos, materiales biológicos y polinización. Con reglamentos clave que establecen restricciones en el uso de plaguicidas, exige la actualización en la clasificación ecotoxicológica de estos, regula la trashumancia y la autorización para la instalación de colmenas en distintos inmuebles. No obstante, la situación del sector apícola sigue siendo compleja si consideramos que más del 80% de los apicultores son pequeños y medianos productores, quienes muchas veces carecen de herramientas técnicas, conocimiento de plataformas digitales o simplemente no cuenta con los recursos para actuar ante los avisos de aplicación de plaguicidas en las cercanías de sus apiarios, y peor aún, enfrentar la contaminación ambiental una vez que se hace presente en las colmenas. Un escenario que no solo compromete la salud de las abejas y la pública, sino que también limita la competitividad internacional de nuestras mieles en un mercado cada vez más exigente con la inocuidad y sustentabilidad de los alimentos.
Es por eso que, en el contexto de este importante Día Nacional de la Miel, un día dedicado a la reflexión sobre la importancia del resguardo de este producto natural, aprovechemos la oportunidad de avanzar un paso más: la oportunidad de trascender a las campañas de consumo local —que no dejan de ser muy necesarias, por cierto— y comenzar a instalar en la agenda pública y política una discusión más amplia sobre la sostenibilidad de la apicultura. Necesitamos políticas públicas que reconozcan a las abejas —nativas y no nativas— como bioindicadores clave en los sistemas productivos, que promuevan prácticas agrícolas más amigables con los polinizadores y que financien investigación científica independiente sobre la exposición a contaminantes en la cadena apícola.
Así también debemos aprovechar la oportunidad de que en este día se realice el tan necesario llamado a la acción, tanto individual como comunitaria, con el objetivo de lograr una diferencia significativa, fomentando el consumo de miel, prefiriendo la compra directa al apicultor o apicultora como una de las maneras más efectivas de contribuir a una miel auténtica, saludable y producida de manera sostenible. Cuando esta se adquiere directamente del productor, se eliminan intermediarios que, en muchos casos, priorizan el volumen o la rentabilidad por sobre la calidad y la trazabilidad del producto. La compra que fomenta el comercio local favorece la transparencia y permite a los consumidores conocer la historia, las prácticas de producción y el compromiso ecológico de quienes producen la miel.
Mientras tanto, desde la academia es necesario seguir generando evidencia científica que permita visibilizar estos problemas y proponer soluciones. Pero es indispensable que este conocimiento se traduzca en acción: en normativas, en fiscalización, en educación para productores y consumidores. Solo así podremos asegurar que la miel que celebramos cada 6 de agosto no solo sea dulce, sino también sana, segura y justa.
*publicada originalmente en Ciper Chile