El cambio climático, el beneficio del uso de vacunas y hasta el cuestionamiento de la circunferencia de la tierra son aspectos que algunos grupos de la población, cada vez más prominentes, han comenzado a poner en tela de juicio, pese a estar comprobados por la ciencia.
Teorías conspirativas, “fake news” y, en la mayoría de los casos, desinformación son algunos de los principales ingredientes que componen un fenómeno que, aunque no es nuevo, parece ganar cada vez más adherentes. Hablamos del negacionismo científico, una corriente que pone en tela de juicio tesis ampliamente aceptadas por la comunidad científica usando como respaldo especulaciones e información de origen cuestionable, a veces desde motivaciones políticas o ideológicas.
Así es como el negacionismo está presente en teorías, algunas añejas, como las que proponen que la tierra es plana o una más reciente cuestionamiento el beneficio de las vacunas —muy extendido durante la reciente pandemia global del covid 19—sin descontar la creciente negativa al inminente peligro del cambio climático que ha estado en boca incluso de autoridades globales como el expresidente de EE. UU, Donald Trump, o del actual candidato a la presidencia argentina, Javier Milei.
“Debemos, como sociedad, apuntar a que las decisiones de todo tipo, tanto en el sector público como en el privado, sean adoptadas en base a la evidencia científica”, comenta la directora general de Vinculación con el Medio en la Universidad Técnica Federico Santa María, María José Escobar.
En ese sentido, la doctora Escobar señala que es necesario que la información con la que se debe trabajar en las instituciones manejadas por las autoridades tenga una base científica y empírica a fin de conocer “las implicancias de las decisiones sociales, ambientales y económicas” que las diferentes políticas adoptadas por los gobiernos tendrán, así como sus repercusiones en el futuro.
En ese aspecto, su colega, la directora del proyecto Innovación en Educación Superior Género en la USM, Valeria del Campo, agrega que “es importante considerar las visiones diversas para tomar decisiones, sin embargo, esto debe ir acompañado de datos, de estudios formales y de estadísticas”.
La profesora del Campo comenta que, si bien, todas las personas poseen miradas distintas sobre los más diversos temas, las decisiones a nivel país -por parte de los gobiernos- debiesen tomarse más allá de las opiniones. “Las universidades y la comunidad científica se dedican a estudiar fenómenos distantes de su visión personal, a levantar datos robustos, con base en estudios profundos y resultados que después son revisados por otros científicos”, agrega del Campo.
La academia contra la desinformación
Indudablemente, una de las labores de las universidades es la de ser espacios de divulgación del conocimiento lo que, por consiguiente, significa una lucha constante contra la desinformación y el negacionismo científico.
Pero, ¿cómo se puede luchar contra este fenómeno?
La doctora del Campo considera que las instituciones académicas tienen una responsabilidad para con la educación de la población, ya sea a través de charlas, libros o actividades en colegios, museos o municipalidades, elementos fundamentales para combatir los prejuicios difundidos a través de estas teorías anticientíficas. “Si las universidades no muestran el conocimiento que generan, las personas e instituciones no sabrán que hay estudios y resultados sobre las temáticas que les preocupan”, comenta la profesora del Departamento de Física de la USM.
Al igual que sus colegas, la abogada y docente de Legislación Laboral en la carrera de Ingeniería en Gestión Industrial en la USM, Scarlett Valdés, considera que, por parte de las casas de estudios, se “debe poner el conocimiento a disposición de la sociedad en general”. La exdelegada presidencial provincial de San Felipe estima que los académicos deben “capacitar a las generaciones futuras para abordar estos desafíos globales”. También, “colaborar con gobiernos regionales y comunidades locales, pueden promover políticas y acciones sostenibles que reduzcan el impacto ambiental y fomenten un futuro más limpio y resiliente para el público en general”.
Por su parte, la profesora del Campo explica que es importante que la academia responda ante las nuevas necesidades del Estado, así como de las comunidades que lo componen y que, en ese aspecto, es fundamental que se comprenda la ciencia como una herramienta práctica en la vida diaria. “Sería un desperdicio no contar con las capacidades que tiene la academia para generar nuevo conocimiento y por lo tanto estrategias robustas para diseñar políticas públicas”, concluye.
“La comunidad científica y las organizaciones que generan conocimiento (universidades, centros de estudio, etc.), deben preocuparse de acercar el conocimiento generado a la sociedad”, agrega la doctora Escobar. Complementando a sus colegas, la académica explica que esto último puede ser abordado desde una participación muy activa de los integrantes de la comunidad científica a través de diferentes comisiones, sean públicas o privadas. “Los tomadores de decisión deben contar en su equipo con perfiles profesionales que les permitan analizar, interpretar y contextualizar la evidencia científica sobre temas en particular”, dice al terminar.