Columna de opinión del Dr. Mauricio Osses, académico del Departamento de Ingeniería Mecánica.
El 15 de octubre se realizó la ceremonia de lanzamiento de la Estrategia Nacional de Electromovilidad 2021, con la presencia de la ministra Gloria Hutt y el biministro Juan Carlos Jobet. Luego de un largo período de eventos virtuales, esta ceremonia se hizo en formato presencial, con varios vehículos eléctricos rodeando el escenario y la Iglesia Los Dominicos como testigo.
Esta estrategia actualizada cuenta con varias características, entre las cuales destacan la participación de muchos actores en su elaboración, seis pilares fundamentales y metas, cuatro ejes estratégicos e impactos en políticas, consumo y emisiones. Sin lugar a dudas, lo que más ha llamado la atención dentro de estas características son las nuevas y ambiciosas metas para el mediano y largo plazo. En resumen, son las siguientes: “que el 100% de las nuevas incorporaciones al transporte público urbano sean vehículos cero emisiones al 2035, el 100% de ventas de vehículos livianos y medianos sean cero emisiones al 2035 y el 100% de las ventas de vehículos para el transporte de pasajeros interurbano y transporte de carga sean cero emisiones al 2045”.
El cumplimiento de estas metas tiene varios alcances y consideraciones, que han sido ampliamente debatidos y aún generan diferentes reacciones en la comunidad. Por un lado, está la preocupación ambiental, donde el sector transporte tiene una alta responsabilidad en las emisiones de contaminantes locales y globales, siendo uno de los sectores más reticentes para transitar de combustibles fósiles a energías limpias. Según se indica en el mismo documento de la Estrategia Nacional de Electromovilidad, el sector transporte en Chile consume el 36.6% de la energía (BNE, 2020), siendo 99% de esta energía proveniente de fuentes fósiles. Esto se traduce en que este sector es responsable de un 25.5% de las emisiones de CO2 en Chile (MMA, 2020). Pasar de motores de combustión interna a vehículos 100% eléctricos, con una matriz de generación basada en fuentes renovables, cambiaría este escenario de manera drástica, con importantes reducciones de contaminantes.
Por otro lado, se encuentran una serie de barreras que hacen difícil pensar que será posible cumplir estas ambiciosas metas. Algunas de las principales son el costo de los vehículos; eventuales incentivos para fomentar su compra; el rango de autonomía y tiempo de recarga; la infraestructura de carga pública y privada; nuevas formas de desplazamiento, tales como micro-electromovilidad; desconocimiento de los usuarios, y apego a tecnologías que nos han acompañado por más de 100 años. No obstante, estas barreras también pueden ser vistas como desafíos que requieren enfoques integrales y miradas distintas a lo tradicional. Es justamente en este escenario, donde las instituciones de educación superior tenemos un rol destacado, apoyando el proceso con nuestras capacidades de I+D+i, así como formando profesionales para que ejecuten trabajos que hoy no existen, pero serán muy necesarios en el futuro cercano.
