Existen dos grandes modelos de desarrollo en la industria del software: el del propietario y el libre. Para explicarlos de forma acotada tenemos que entender un flujo de proceso básico en programación que se inicia con el código escrito en lenguaje de programación, legible y comprensible para los seres humanos, el cual concluye con piezas de código binario ejecutable, escritas en ceros y unos, legibles solo por dispositivos electrónicos.
El modelo de software propietario pone a disposición, onerosa o gratuita, solo código binario ejecutable, férreamente protegido por restrictivas licencias y está representado por grandes empresas que dominan el mercado de la tecnología, y que todos conocemos.
Por otra parte, está el modelo de software libre. Lo primero es acotar que “libre” no es lo mismo que “gratis”. Ya posteriormente podemos explicar que este obliga, atendiendo a sus términos de licencia —ya sea en modalidad pagada o gratuita—, además del código binario, el código fuente en lenguaje de programación, legible y modificable por seres humanos, y está representado por comunidades de desarrolladores que colaboran en proyectos de diversa magnitud, desde pequeños programas para uso personal, pasando por un variopinto universo de desarrollos financiados por los propios usuarios, hasta grandes sistemas respaldados por importantes empresas que los patrocinan.
Lo importante de todo esto es que si utilizamos piezas de software cuyo diseño solo lo conoce la empresa que lo crea y cuyo contenido y operación solo es entendible por el dispositivo electrónico que lo ejecuta, nunca sabremos lo que contienen, lo que hacen en las sombras de los microprocesadores y los circuitos, ni lo que transmiten por la red mundial de dispositivos intercomunicados. Tampoco aprenderemos de su estructura ni podremos adaptar su comportamiento a nuestras particularidades culturales locales. Esto pavimenta el camino de la recolección no consentida —o consentida en ignorancia— de datos más o menos personales, de la uniformidad cultural y del analfabetismo digital, entendiendo por ello un manejo de las tecnologías que solo alcanza a un nivel de usuario básico, incapaz de realizar por su propia cuenta la más mínima modificación de configuración. En este escenario, la tecnología nos domina a nosotros y no a la inversa, y el poder tras dicha tecnología se concentra en unas pocas manos.
Por otra parte, si utilizamos sistemas operativos, programas y aplicaciones cuyo código fuente tenemos a disposición y es conocido por desarrolladores y usuarios, podemos saber qué contienen y qué operaciones realizan más allá de la pantalla. Esto permite aprender su lógica y lograr adaptarlo a nuestras necesidades y a las particularidades culturales locales. La tecnología estará a nuestro servicio y no a la inversa, y el poder tras dicha tecnología se democratiza.
La responsabilidad para con el uso de las nuevas tecnologías puede parecer trivial, aunque en la práctica determina las estructuras de poder detrás de estas herramientas en medio de la revolución tecnológica que estamos viviendo.
Es por estas razones que las competencias transversales sello de la Universidad Técnica Federico Santa María ponen su acento en el manejo de las tecnologías de información y comunicaciones, y en la responsabilidad social y ética, entre otros valores relevantes, apuntando a la formación de técnicos y profesionales con un uso responsable de las tecnologías digitales. Esto es un pilar fundamental de la construcción de la sociedad actual y futura.