Cada 5 de diciembre, el mundo dirige su mirada hacia un recurso a menudo ignorado pero fundamental para la existencia: el suelo. Esta fecha, instaurada oficialmente por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2013, no fue elegida al azar; rinde homenaje al rey Bhumibol Adulyadej de Tailandia, quien fue un incansable promotor de la ciencia del suelo y la gestión sostenible de este recurso vital. Más allá de la conmemoración, el Día Mundial del Suelo busca concientizar sobre una crisis silenciosa: según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 33% de los suelos del planeta ya están degradados, la contaminación actúa como un enemigo invisible que compromete la seguridad alimentaria, la salud humana y la supervivencia del planeta.
Según los antecedentes del año 2022 del programa de las Naciones Unidas de “Lucha contra la Desertificación”, en Chile el 67% de los habitantes viven en tierras seriamente degradadas o con elevado riesgo de degradación. El 79% de la superficie del país, cerca de 59 millones de hectáreas, están en esas condiciones o en vías de desertificación. Valparaíso es la región más afectada y la que tiene a su vez las comunas con suelos más degradados. De un total de 38 comunas de la región, 30 de ellas presentan agudos problemas de degradación del suelo. En dichas comunas viven 1,7 millones de habitantes. En segundo lugar, aparece la región Metropolitana con 25 comunas afectadas severamente, en las que viven 3,3 millones de habitantes. A nivel nacional los principales “impulsores” o responsables de la degradación del suelo son la disminución de carbono orgánico en los primeros 30 centímetros de suelo, la aridez y el estrés hídrico. Por otra parte, los incendios forestales, el cambio en el uso del suelo, la agricultura, la ganadería y la silvicultura, los rellenos sanitarios y vertederos municipales, así como los residuos industriales peligrosos y no peligrosos, como los relaves asociados a la minería, son las actividades antrópicas que más afectan la calidad y la salud del suelo.
En varios de estos impulsores del deterioro del suelo, el Centro de Tecnologías Ambientales de la Universidad Técnica Federico Santa María (CETAM-USM) ha estado estudiando sus efectos y desarrollando soluciones aplicadas a las realidades de las diversas regiones del país. En caso de la minería, esta actividad ha sido durante años, el motor económico del norte de Chile, pero también ha dejado una huella ambiental compleja, caracterizada por la presencia de pasivos ambientales (relaves) y residuos industriales que contienen metales pesados. En este contexto, CETAM-USM ha asumido un rol protagónico, no solo desde la academia, sino desde la acción en terreno.
En Chile, particularmente en la Región de Atacama, esta problemática adquiere un significado especial ligado a la historia industrial y minera del territorio. La contaminación por metales pesados, donde el mercurio (Hg) se erige como una amenaza de alto riesgo. Tal como lo advierte la evidencia científica recopilada, este elemento es persistente y posee la capacidad de transformarse en metilmercurio, un compuesto aún más peligroso que se bioacumula en la cadena alimentaria. Su toxicidad no es menor: la exposición a este metal puede causar graves daños neurológicos, afectar el desarrollo cognitivo en niños y dañar sistemas vitales como el renal y el inmunológico, entre otros efectos en la salud de la población.
Frente a este escenario, la academia no puede permanecer como una observadora pasiva. CETAM-USM ha asumido el desafío de traducir el diagnóstico en acción. Tras ejecutar el proyecto que estableció la primera línea base ambiental en la región de Atacama, denominado “Formulación y establecimiento de las mejores alternativas para el uso y recuperación del mercurio en procesos de recuperación de oro por amalgamación en la minería en la Región de Atacama, Chile” (FIC-R BIP 40045269), se constató la presencia generalizada de Hg y otros metales pesados en altas concentraciones en variadas matrices ambientales, impulsando la búsqueda urgente de soluciones tecnológicas para su remediación y mitigación.
Hoy, gracias al financiamiento del Gobierno Regional de Atacama, se avanza hacia una solución sustentable y concreta mediante la iniciativa “Transferencia TID Atacama: Tecnologías innovadoras para descontaminar residuos sólidos contaminados con metales pesados provenientes de las actividades mineras de la Región de Atacama” (FIC-R BIP 40070968). Este proyecto se distingue por evaluar técnicas de vanguardia que buscan “sanar” la tierra. Entre las propuestas que se están desarrollando en este proyecto destaca la biorremediación, que emplea microorganismos como bacterias y hongos nativos de la región de Atacama acostumbrados a altos niveles de metales pesados para inmovilizar los contaminantes, transformándolos en sustancias menos tóxicas e impidiendo que sean absorbidas por las raíces de las plantas y alcancen las napas subterráneas. A estas soluciones basadas en la naturaleza se suman tratamientos o enmiendas químicas in situ para inertizar los metales pesados y mejorar la materia orgánica de estos suelos altamente degradados.
El Convenio de Minamata, al que Chile se unió oficialmente en 2018, constituye el marco ético y legal indispensable para esta tarea. Este tratado internacional, adoptado en 2013, lleva su nombre en memoria de la ciudad japonesa donde miles de personas sufrieron graves intoxicaciones debidas a mercurio en el siglo XX, recordándonos de manera dolorosa por qué es urgente controlar este metal tóxico. Su mandato es claro: proteger la salud humana y el medio ambiente reduciendo las emisiones y liberaciones de mercurio a nivel global. Sin embargo, la verdadera batalla para cumplir este compromiso se libra en lo local. Al aplicar ciencia de frontera para recuperar los suelos degradados de Atacama, no solo estamos acatando normativas internacionales, sino que estamos devolviendo la vitalidad a un ecosistema que es patrimonio de las futuras generaciones.
Sin embargo, las cicatrices de nuestra geografía no se limitan al norte. En la zona central, el desafío adquiere una complejidad distinta en el cordón industrial de Puchuncaví-Ventanas. Allí, la agricultura ha convivido con décadas de deposición de contaminantes, generando suelos con presencia de cobre, plomo y arsénico, entre otros metales pesados. Para enfrentar esto, la alianza entre el CETAM y el Centro de Biotecnología (CB-DAL) ejecuta el proyecto Fondef ID22I10279, una iniciativa que también apuesta por las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SBN).
Lo revolucionario de este proyecto radica en su enfoque: no se traen soluciones externas, sino que se potencia la resiliencia local. Los investigadores han aislado una cepa nativa del hongo Trichoderma desde los mismos suelos contaminados, la cual ha desarrollado evolutivamente la capacidad de tolerar y “atrapar” estos metales. Al formular un bioproducto con este hongo, se logra inmovilizar los contaminantes, reduciendo su biodisponibilidad y permitiendo recuperar la aptitud agrícola de los terrenos. Es ciencia de frontera aplicada a la justicia territorial, validada en colaboración con actores como INDAP y Codelco Ventanas para asegurar su escalabilidad. Con base a esta exitosa estrategia, se aplicará un bioproducto similar adaptado a la realidad de los relaves y suelos contaminados de la región de Atacama.
Paralelamente, la región de Valparaíso enfrenta la devastación de los megaincendios, como los ocurridos en febrero de 2024. El fuego no solo consume la vegetación visible; “esteriliza” la tierra, matando la microbiota esencial y generando hidrofobicidad, lo que acelera la erosión. En respuesta, CETAM-USM impulsa el proyecto BioBennu (ANID PINC230027), liderado por la Dra. Marcela Carvajal, el Dr. Francisco Cereceda y la Ing. Agrónomo Ximena Fadic.
Esta iniciativa va más allá de la reforestación tradicional. Mediante estudios de metagenómica, el equipo analiza cómo cambia la comunidad de bacterias y hongos tras el fuego, para luego diseñar bioformulados específicos con microorganismos nativos que reactivan la vida subterránea de los suelos quemados. El objetivo es restaurar las funciones ecosistémicas desde la base, entendiendo que un suelo sin biología es solo tierra muerta incapaz de sostener un nuevo bosque.
La conmemoración del Día Mundial del Suelo debe dejar de ser un acto meramente simbólico para convertirse en un ultimátum a la inacción. Durante décadas, se ha normalizado la convivencia con pasivos ambientales bajo la premisa del desarrollo económico, pero esa lógica ya no es sostenible ni ética. No basta con diagnosticar el daño mientras los contaminantes persisten en el entorno, esta es una forma de negligencia que Chile no merece. Hoy, cuando la ciencia aplicada demuestra que existen tecnologías viables para limpiar y recuperar lo perdido, la remediación y la mitigación dejan de ser una utopía técnica para convertirse en un imperativo. Recuperar la salud de la tierra no es solo una medida ambiental, es un acto de justicia territorial indispensable para asegurar que el futuro de Chile siga siendo tan rico en bienestar como lo ha sido en la disponibilidad de sus recursos naturales, pero bajo una nueva premisa, la sustentabilidad ambiental por sobre el desarrollo económico.


