Columna de opinión de la Dra. Miryam Valenzuela, investigadora asociada del Centro de Biotecnología “Dr. Daniel Alkalay Lowitt” de la USM.
En Chile, la Agricultura Familiar Campesina (AFC) representa alrededor de un 90% del total de unidades productivas del país y contribuye con el 22% del Valor Bruto de la Producción que genera la agricultura chilena. Una de las características de la AFC es su gran heterogeneidad, observándose diferentes sistemas de producción, tamaños físicos y económicos, niveles tecnológicos y de productividad, y acceso a bienes y servicios. Este sector es apoyado en su desarrollo productivo y rural por el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP).
Un estudio de ODEPA mostró que es muy escasa la información disponible orientada específicamente para la pequeña agricultura. Se determinó que la información más útil es aquella que está enfocada a situaciones específicas y a las condiciones específicas de cada zona y que sea expresada en un lenguaje sencillo. Por otro lado, la información recopilada en el último censo agropecuario arrojó un bajo uso de nuevas tecnologías de parte de los pequeños agricultores, incluyendo el uso de computadores e internet.
Chile ha experimentado un gran desarrollo de la fruticultura de exportación. La mayoría del conocimiento científico y aplicado ligado al agro ha ido en beneficio de este sector a través de diferentes herramientas de financiamiento. Sin embargo, el área de hortalizas ha quedado rezagada en este desarrollo, la cual es principalmente realizada por pequeños agricultores. Entre las causas estarían la falta de políticas públicas enfocadas en este sector, la falta de recursos económicos para postular a fuentes de financiamiento y escasa conexión con la actividad realizada en las Universidades.
En el contexto actual donde el tema de la Seguridad Alimentaria cobra una gran relevancia, y que si no es atendida puede provocar consecuencias en la estabilidad del país, es de suma urgencia ocuparse de este sector, como lo plantea la ONU en el objetivo 2 “Hambre cero” de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Frente a este panorama, ¿cómo el conocimiento científico generado en las Universidades puede ser transferido y aportar de manera significativa al desarrollo de la pequeña agricultura? Si bien existen algunas iniciativas, son insuficientes. Las universidades y sus investigadores deberían tomar un rol más activo y generar estrategias innovadoras de transferencia tecnológica adaptadas a las diferentes realidades para mejorar la competitividad de los pequeños agricultores, considerando sus inquietudes y entregando soluciones acordes a las características locales y en un lenguaje accesible para los beneficiarios.