Columna de opinión de Juan Felipe Espinosa, profesor asociado del Departamento de Ingeniería Comercial.
Cuando se solicita un empleo para un puesto académico, se exige incluir una carta de presentación, un currículum vitae, documentación variada, referencias y, sobre todo, una lista de publicaciones en revistas indexadas WoS de impacto Q1, Q2, y máximo Q3. ¡Ni hablar de las Q4 o Scopus!, esas ni siquiera son consideradas por los evaluadores. Sin embargo, existen ciertas innovaciones en el reclutamiento que me han llamado la atención, particularmente una que hace alusión a una «declaración de sostenibilidad como académico».
En el ámbito de las ciencias sociales y, más precisamente en los estudios de la gestión y las organizaciones, los académicos y las instituciones están lidiando con una creciente demanda de soluciones para abordar problemas importantes que enfrenta nuestra sociedad. De hecho, los outlets donde se realizan las publicaciones, las agencias de financiamiento e, incluso algunas universidades, animan a los colaboradores a priorizar aquello que se considera “importante” sobre lo “interesante”. Pero, ¿cómo puede un académico compatibilizar la educación, la ciencia, la gestión, a la vez que le da a su carrera un sentido y un significado?
Si se espera abrir nuevos caminos en la academia es fundamental romper esquemas. En lugar de centrarse en «qué» investigar, los académicos deberían priorizar el «por qué» detrás de sus investigaciones, formulando preguntas audaces e innovadoras que trasciendan la simple identificación de problemas. Se necesita entonces un cambio de enfoque, pasando de un análisis de la situación a la propuesta de soluciones con imaginación y radicalidad. Esto implica aceptar que la investigación conlleva el riesgo de avanzar lentamente o, incluso, de fracasar.
No se trata de publicar menos, sino de replantear el proceso de investigación en sí mismo, haciéndolo más colaborativo y menos enfocado en la publicación académica como único fin. Esta filosofía debería aplicarse a otros aspectos de la investigación, como las solicitudes de subvenciones. Incluso las solicitudes fallidas, con sus peculiaridades, son valiosas para el desarrollo de habilidades académicas esenciales para afrontar los desafíos complejos de los estudios de la gestión y organización de la sostenibilidad.
No es que el académico tenga que dejar de ser analítico, pero una vocación verdaderamente sostenible requiere una comprensión holística de los fenómenos cruciales. Esto implica ir más allá de la especialización en una sola teoría o metodología, y en cambio, combinar diferentes enfoques para abordar las necesidades específicas del problema en cuestión.
Así como la política orientada a misiones ha demostrado ser efectiva en el desarrollo sostenible, la investigación en este campo también se beneficia de un enfoque interdisciplinario. Es fundamental comprender las interconexiones entre los problemas y sus complejidades, trascendiendo las fronteras tradicionales y la perspectiva de actores individuales. Al igual que la pandemia del COVID-19 impulsó la colaboración entre investigadores de diversas disciplinas, un científico social comprometido con la sostenibilidad podría abarcar en su investigación desde el análisis de peticiones ciudadanas hasta el diseño de políticas públicas, desde el estudio de movimientos sociales hasta la dinámica de los fondos de inversión.
Una educación que trasciende las aulas
Los académicos tienen un impacto profundo en el futuro al educar y capacitar a las futuras generaciones. La calidad de la enseñanza sigue dependiendo en gran medida del esfuerzo individual de los profesores. ¿Qué pasaría si, en lugar de enfocarnos en la enseñanza individual los académicos colaboran para desarrollar contenidos de alta calidad, sistematizar los recursos existentes y compartirlos ampliamente? Imaginar una educación superior donde los beneficios del conocimiento académico sean accesibles a toda la sociedad, no solo a los estudiantes matriculados. Una educación superior donde exista una mayor participación de los estudiantes, en que estos no solo son receptores pasivos de información sino que participan activamente en la creación de contenidos. Buscar una educación donde exista mayor inclusión geográfica y aprendizaje permanente y en la que se priorizan los formatos de aprendizaje activo y las metodologías centradas en la resolución de problemas sociales.
Pero esta visión de una educación superior sostenible requiere un cambio de paradigma donde la colaboración, el acceso abierto y la participación activa sean pilares fundamentales. Y aquí es donde debe haber una diferencia tangible por parte de la academia. Para ser realmente relevantes, los investigadores deben ir más allá de simplemente dialogar con los profesionales y colaborar activamente con ellos. Se trata de fomentar la cocreación, donde investigadores y profesionales dedican tiempo, energía y pasión a procesos abiertos que, aunque no encajen en proyectos predefinidos, impulsan la innovación y el impacto.
Los académicos, con la capacidad de conectar diferentes «mundos», están en una posición privilegiada para actuar como intermediarios. El lugar de la universidad y los centros de investigación, sobre todo de los llamados de excelencia, es uno en donde se debe construir un espacio nuevo, uno donde confluyan los actores del entorno, los académicos, y el público en general para pensar en conjunto.